La Lactancia Forzada: Una Pesadilla Maternal

Horror 35 years old and up 2000 to 5000 words Spanish

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El sótano olía a humedad y serrín. Alejandro, con sus gafas empañadas por el sudor de la frente, contemplaba su obra maestra: una cámara de tortura improvisada. Correas de cuero, grilletes relucientes y una curvilínea silueta femenina grabada a fuego en su mente.
Su novia, Clara, una devota del bondage y otros placeres retorcidos, le había encargado construirla. Pero Clara estaba de viaje, y la bestia del deseo urgía ser alimentada. ¿Quién, sino...?
«¡Alejandro! ¡Baja a cenar, jovencito! ¡Llevo media hora llamándote!», resonó la voz de su madre desde la puerta del sótano. Era ella, Victoria, una mujer de mediana edad, de pechos enormes y figura todavía atractiva.
La idea germinó como una semilla maliciosa. Victoria, ajena al horror que se tramaba, regresó a la cocina, donde la espera el terror.
Victoria se encontraba lavando los trastes, después de cenar, cuando sintió un fuerte dolor de cabeza, después sintió un mareo muy fuerte y cuando se dió cuenta, vio todo negro.
La oscuridad era densa, palpable. Victoria abrió los ojos, la cabeza le palpitaba con fuerza. Parpadeó, tratando de enfocar la extraña penumbra que la rodeaba.
Sus muñecas y tobillos estaban sujetos a unos grilletes de metal, fríos y duros. Una cadena tensa la obligaba a adoptar una postura grotesca, con los brazos alzados y las piernas separadas. Un sudor frío le recorrió la espalda. La desnudez, abrupta e inesperada, la llenó de pánico.
«¿Dónde estoy?», murmuró, la voz quebrada por el miedo. Intentó moverse, pero los grilletes se lo impidieron. La gag en su boca la silenció.
Una figura emergió de las sombras. Alejandro, su hijo, con una mirada que nunca antes había visto en él. Un escalofrío de terror puro la recorrió de la cabeza a los pies.
Alejandro se deleitó con el terror en los ojos de su madre. Desató un látigo de cuero y lo hizo restallar en el aire. El sonido, cruel y amenazante, resonó en el sótano.
El primer latigazo le golpeó el trasero, ardiente y doloroso. Un grito ahogado escapó de su garganta, silenciado por la gag. Lágrimas de rabia e impotencia rodaron por sus mejillas.
Siguió con los pechos, golpeándolos con saña. Victoria se retorció, gimiendo de dolor. La humillación era insoportable.
Alejandro disfrutó del espectáculo. Tomó algo parecido a un matamoscas y reanudó la tortura en su trasero y pechos de nuevo, de arriba a abajo
Luego, con una crueldad metódica, tomó una cuerda y la deslizó entre sus piernas, frotándola con insistencia. Un placer prohibido, mezclado con el dolor y el miedo, la recorrió como una descarga eléctrica.
Alejandro tomó dos inyecciones preparadas, brillaban siniestramente bajo la tenue luz. Victoria lo miró con horror, intuyendo lo que se avecinaba.
«Ya que estás tan caliente, mamita», dijo Alejandro, con una voz cargada de una excitación enfermiza. «Es hora de que sepas para qué son estas agujas».
«Compré esta mierda en eBay. Hará que tus gordas tetas produzcan leche como una puta vaca». La idea la revolvió, sintiendo unas nauseas repentinas y punzantes.
Se inclinó sobre ella, con las jeringas listas. Las needles perforaron sus pezones con precisión dolorosa. Victoria gritó tras su mordaza.
En segundos, sus pechos llenos de leche se sentían hinchándose. Gotas lechosas comenzaron a brotar de sus pezones, formando charcos húmedos sobre su piel.
Alejandro observó el fenómeno con una expresión de triunfo. «Qué desperdicio de leche materna tan preciosa», murmuró. «Pero no te preocupes, mami. Te ordeñaré en seco con mi súper máquina».
Conectó un extraño artefacto a sus pechos. Un zumbido metálico llenó el sótano cuando la máquina comenzó a succionar. Un tirón extraño, casi placentero, invadió sus pechos.
Alejandro, detrás de ella, jaló su cabello y la obligó a inclinar la cabeza. Su aliento caliente le rozó la nuca. «Déjame estimular tus tetas para producir aún más leche!».
La penetró con una brutalidad animal. Victoria gimió, un sonido que combinaba dolor, placer y humillación. Sus pechos estaban llenos de leche, adoloridos, a su vez excitados.
Cuando la máquina dejó de succionar, Alejandro la desató, dejándola caer sobre el suelo frío. Aún atada de manos y pies, se sentía más vulnerable que nunca.
Se posicionó sobre su rostro, sus testículos rozándole los labios. Le quitó la gag. «Es hora de alimentar ese agujero con mi esperma espeso, puta!».
«Pero antes…», dijo, con una sonrisa lasciva. «Necesito follar estos enormes torpedos tuyos».
Metió su pene entre sus pechos, aplastándolos con fuerza. Luego, se lo introdujo en la boca, llenándola de su semen. Victoria tosió, sintiendo el sabor amargo en su garganta.
Después la durmió de nuevo con un trapo y cloroformo, la limpio y la puso de nuevo en su cama.
Victoria despertó sobresaltada, bañada en sudor. Una pesadilla horrible la atormentaba. Imágenes fragmentadas de dolor, humillación y leche danzaban en su mente. Intentó recordar algo con exactitud, pero solo percibía sombras difusas, fantasmas de una realidad que se negaba a creer.
Se sentó en la cama, sintiéndose extraña. Un dolor sordo le punzaba los pechos, una sensación a la vez extraña y familiar. Los sintió hinchados, ligeramente más grandes de lo normal. *¿Será posible que...? No, imposible. Debe ser parte del sueño*, se dijo.
Intentó recordar cómo había llegado a la cama, pero la memoria la traicionaba. Recordaba estar lavando los platos, y luego... nada. Un vacío inquietante en su conciencia.
Unos segundos después su hijo entro en la habitación
«¿Dormiste bien, mamá?», preguntó Alejandro, entrando a la habitación con una taza de café humeante.
Victoria asintió, sintiéndose confundida. «Tenía mucho sueño después de cenar. No recuerdo haber subido a la cama».
Alejandro sonrió, tranquilizador. «Debías estar agotada. Te preparé un café para que te espabiles. ¿Quieres un poco de leche?».
Victoria aceptó el café con leche de manera gustosa. Lo probó, sintiendo un sabor dulce y cremoso en su paladar. Le supo extrañamente delicioso. Sin embargo notó algo diferente al pasar por su garganta al igual que en el sabor
Alejandro la observaba atentamente, con una sonrisa enigmática. «Ganamos un concurso en la universidad. El premio fue leche gratis. Mira, el refrigerador está lleno»., Alejandro señaló el refrigerador. Victoria miro y el primer estante estaba totalmente ocupado por botellas de varios litros que contenía leche y todos tenían la etiqueta de «concurso nacional de leche».
Alejandro la observaba atentamente con una enorme sonrisa en su rostro que trataba de ocultar mientras servía su taza de leche.
Victoria lo observó durante varios segundos después, se dejó caer de nuevo en su cama.
Al no ver marcas pensó: ¿Fue un sueño?
Más tarde, Alejandro bajó al sótano. Abrió un pequeño refrigerador oculto tras unos estantes llenos de trastos viejos.
El interior estaba repleto de botellas de leche, idénticas a las del refrigerador de la cocina. Contó cuidadosamente las botellas, marcándolas con una etiqueta diferente. Las botellas marcadas como «Lácteos Victoria» iban directamente al congelador en miniatura del sótano
Alejandro volvió al trabajo, las bolsas inyectables a base de hormonas habían resultado más potentes de lo que él calculó. ¡Pero los resultados, la mayoría! Una sola sesión de ordeño le habían proporcionado galones y galones de leche a mamá ¡Maravilloso!, él creyó, al abrir la app con el carrito de compra lleno, para volver a adquirir los costosos y novedosos fármacos. Pero de paso chequearía cuales fueron sus efectos adversos en caso de requerir ocultarlos con información verídica.
Con los contenedores y máquinas de ordeño limpios e higienizados, no hubo más trabajo para el joven durante ese día; más tarde recibiría una llamada que de alguna manera u otra complementaría este trabajo, complementaría los actos consumados, cerraría, atando cabos, aquella locura
«Cariño, ¿cómo va todo?», preguntó Clara, su novia, al otro lado de la línea. Su voz era juguetona, cargada de una perversidad compartida.
Alejandro suspiró, conteniéndose a duras penas. «Ya probé la cámara. Fue... interesante».
«¿En serio? Cuéntame todo», insistió Clara, con impaciencia.
Alejandro le relató los detalles del horror, omitiendo, sin embargo, la identidad de su víctima. Clara escuchó en silencio, sin mostrar el menor asomo de repugnancia. Es más, cada revelación parecía excitarla aún más.
«Suena maravilloso. No puedo esperar a volver y probarla yo misma», dijo Clara, con un tono de voz cargado de deseo. «Y… ¿esa leche de la que hablas? Me muero por probarla también».
La historia de alejandro terminara, y el con el inventario ya casi completo prepara todo para su encuentro, para que su amorcito pueda ser el siguiente objeto y pueda saciar y complacer las fantasías más oscuras de ambos